Hay una tozuda realidad: demasiada artificialidad en el proceso europeo.
Se apoderaron de la Constitución los dos partidos mayoritarios e introdujeron cambio inerte en la vida real y más que discutible en la teoría económica. Decidieron constitucionalizar la limitación del déficit porque con ello se tranquilizaba a los mercados. En realidad, al menos en las apariencias, los intérpretes auténticos de dichos mercados eran los Gobiernos poderosos de Europa, esto es Alemania, después Alemania y –si cabe algo más– Francia. Ellos, según parece, lo reclamaron para prestarnos ayuda financiera en el caso de que, por el estado de nuestras cuentas, fuera imprescindible para evitar un desastre. Lo malo es que al día siguiente, el primero hábil después de la aprobación, los mercados le propinaron terrible paliza a nuestra deuda, de modo que si no interviene el BCE la cosa sobrepasaría límites máximos. ¿Entonces? ¿Para qué tanto ruido constitucional? Comprendo el desconcierto.
Como el pasado viernes, después de que Alemania aprobaba ayudar a Grecia y Merkel pronunciaba un encendido discurso en defensa del euro. ¡Ya está!, dijeron los de siempre. Pues no. Una dimisión del jefe de Economía del Banco Central Europeo, motivada, según parece, porque no le gusta forzar las compras de deuda periférica –y entiendo que no le guste nada– para que de nuevo las aguas circularan por una cauce tormentoso más que agitado. Bolsas hundidas. ¿Es que carece de autoridad o credibilidad Alemania? ¿Es que no le reconocemos suficientemente el papel de motor, gasolina, chasis y asiento de conductor en el proceso de Europa? Pues sí. ¿Entonces? De nuevo el desconcierto. Por muchas palabras que se pronuncien, por dignidades que tengan quienes las alumbren, con eso no se cambia la realidad. Y lo malo es que lo real aflora siempre, más tarde o más temprano. Y por eso se entiende lo que pasa. No hay desconcierto. Hay una tozuda realidad: demasiada artificialidad en el proceso europeo.
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