En twitter he propuesto este lema para algún partido que quisiera emplearlo. Los lemas tienen por objetivo señalar una dirección y despertar energías de la sociedad. Los partidos actuales se centran en la denuncia de tales o cuales males achacables a otros partidos, sin convencernos de que ellos vayan a superarlos, más bien al contrario. Y el resultado es un ambiente de pelea navajera o de arreglos turbios entre políticos de baja estofa.
La cuestión de la cultura es decisiva, porque sin ella no puede funcionar adecuadamente una democracia, aunque cuente con buenas reglas administrativas –lo que tampoco es el caso en España–. Por cultura no entiendo aquí la existencia de muchas personas con conocimientos particulares o especializados: obviamente hay ahora mucha más gente con esas condiciones que nunca antes. Falta en cambio, y cada vez más, un acervo de conocimientos comunes, sólidos y ampliamente compartidos, junto con cierta capacidad crítica y lógica. En todo ello la sociedad ha experimentado un notable retroceso. Conocimientos de historia en gran medida.
Por poner algunos ejemplos, una sociedad culta y con suficiente conciencia de sí misma jamás habría elegido a personajillos nefastos como Zapatero, habría desconfiado pronto de la seudooposición de Rajoy o de dádivas gratuitas de Aznar a las autonomías. No se habría dejado embaucar por los “cien años de honradez” de González, ni caído en las trampas del antifranquismo, ni en los delirios históricos e ilógicos de los separatistas y habría percibido a tiempo la insustancialidad de Suárez. La política en España, desde la transición, ha sido una farsa cada vez más burda y socialmente disolvente, en que unas manipulaciones groseras han podido tener efecto, rebajando sucesivamente el nivel cultural del país. Insisto en que la historia es una clave muy esencial de la cultura, pues un pueblo que ignora y al mismo tiempo desprecia su pasado solo puede hundirse en la infamia, hasta aceptar la división o balcanización para convertir un país en un mosaico de estaditos insignificantes y mal avenidos, objetos del juego de las verdaderas potencias. Hay, pues, un problema básico de cultura que solo puede resolverse con una acción a largo plazo, empezando por la enseñanza con unos conceptos básicos claros y razonables. En España contra España he intentado exponer unas orientaciones al respecto.
En relación con lo anterior debe entenderse el carácter emprendedor, no solo en el terreno empresarial, al que suele reducirse, sino en otro más amplio. Hoy el mundo, en particular el occidental, se encuentra en una profunda crisis espiritual e intelectual que afecta a las creencias más arraigadas, desde la democracia o la economía a la religión. España lleva mucho tiempo sin dar respuesta propia a las cuestiones planteadas por el desarrollo histórico. Por lo común, se vienen adoptando doctrinas o pensamientos surgidos en el exterior, vulgarizándolos y dogmatizándolos, algo que sin embargo puede cambiar. Aunque la economía española esté harto desequilibrada, el país ha mostrado un considerable talento empresarial, al que tradicionalmente se creían negados los españoles. El talento emprendedor se fundamenta también en una capacidad de análisis de la experiencia, que España no ha tenido desde la Transición: no se ha hecho en todo este tiempo un balance del estado de las autonomías, del desarrollo de los separatismos, de la verdadera posición internacional de España –bien simbolizada en Gibraltar—de nuestra entrada en la UE o en el euro, y en si esta es la vía a seguir. Ha sido una política ciega , basada en tópicos insustanciales.
Otro elemento necesario para una sociedad sana es la reconciliación. Llevamos varios decenios siendo víctimas de verdaderas campañas de resurrección de los odios que llevaron a la república al colapso. Esa incapacidad para aprender del pasado es una de nuestra peores lacras, a la que no puede responderse con la ridícula consigna de “mirar al futuro”, es decir, a sustituir el conocimiento real por ilusiones de político de feria.
Con todas las taras que arrastra la sociedad, progresivamente incrementadas, la desconfianza en sí misma solo puede agravar nuestras crisis en todos los terrenos, hasta límites impredecibles. Y esta es la realidad. Al menos por ahora.
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